PlumayDesvaríos

Pasé por la fuente de los cientos de anhelos ajenos. Yo tenía el mío, pero necesitaba la materia de los otros para hacerlo cierto.
Tomé uno prestado, no sentí que lo estaba robando, tenía derecho a hacerlo, más bien era mi deber, una misión de vida o muerte, pues el que yo cumpliera mi sueño, era sinónimo de bienestar para el resto de los deseos antojadizos que flotan en el agua de la esperanza -para mí de la desesperanza-, deseos pueriles, deseos incompletos o sencillamente erróneos.
No hay miradas presentes, sólo voces apagadas por ecos otoñales e hilos tenues del llanto de los infiernos.
Un sueño impropio no me basta, es poco. Más vale arrepentirse de algo "bien" hecho que de una cosa a medias.
Saqué un puñado de deseos, y otro más. Los escondí en mi bolsillo, en mi sombrero y hasta en la fetidez de mis botas. Me escudo en la hidalguez de mi cobardía. Nadie lo notará.
Las luces se apagaron, pero el ambiente no tardó en iluminarse. La calle comenzó a arder, las hambrientas llamas devoraban casas, personas y árboles, sin discriminar. Los perros corrían desbocados, raudos, envueltos en candela, como flechas medievales.
El mundo se cayó ante mí. Nada quedó, sólo la tenue brillantez de la luna y el reflejo de mi rostro en la pileta de agua, agua inmóvil, agua sarcástica, agua infecunda.
Los sueños que sustraje seguían allí, rígidos, fríos, perversamente inquisidores...